Hace una semana se me volvió a dislocar el hombro izquierdo, el cual me habían operado hace unos años para intentar que esto no volviera a suceder. Aún así mi motivación no decae y cuento los días para volver a entrar al agua.
De momento no me duele demasiado, por lo que estoy empezando con los primeros ejercicios de rehabilitación.
Os dejo una foto de la primera vez que se me dislocó en Canarias y la historia de la segunda vez en Mentawai que salió publicada en la revista Surf Limit.
De momento no me duele demasiado, por lo que estoy empezando con los primeros ejercicios de rehabilitación.
Os dejo una foto de la primera vez que se me dislocó en Canarias y la historia de la segunda vez en Mentawai que salió publicada en la revista Surf Limit.
Mentawais
surfing trip
Por
Pablo Montero
Cuando
la señorita de facturación del aeropuerto de Barcelona me dijo “lo siento señor
Montero su nombre no aparece en este vuelo” no me lo podía creer. Era la
primera complicación y ni siquiera me había subido al avión aún. Por suerte
solo había sido una confusión en los números del localizador y una hora más
tarde me encontraba tumbado ocupando tres asientos de un avión casi vacío con
dirección Singapur. La vida me sonreía. Iba a estar en Bali 15 días antes de irme
a Mentawai, ¿qué más podía pedir? Era el chaval más feliz del mundo.
Al
llegar a Indonesia, lo que más me impactó, a parte del olor, el calor que hace y
el cambio que me dieron por 200 euros (casi 3 millones de rupias indonesas),
fue el caos circulatorio que hay. Concretamente una moto con cuatro ocupantes,
todos ellos sin casco, que venía por una especia de autovía en dirección
contraria. Y pensar que un día antes me habían multado en España por girar a la
izquierda donde no se podía…
En
Bali me cuadraron muy buenas olas, lo que me dio mucha confianza sobretodo en
los tubos de cara y me sirvió también para poner a prueba mi hombro izquierdo,
el cual me había dislocado 2 meses atrás surfeando en Canarias.
Los
días pasaron pillando olas y dando rules con la moto hasta que volví a embarcar
esta vez con destino Sumatra. Allí me esperaban el Negro y el resto de la crew,
muy relajados por cierto. Todos nos subimos al barco y comenzamos la búsqueda
de posiblemente las mejores olas de nuestras vidas.
La
primera noche a bordo del King Milleniun I se hizo un poco agobiante pues el
mar estaba bastante choppy y la gente venía muy cansada del viaje y aun nos
quedaban casi trece horas hasta las Mentawais. Para suerte de todos, Alfredo había
sido precavido y traía unas pastillas, pues ya contaba con los posibles mareos
de la peña.
Por
la mañana las caras cambiaron completamente, por muy mareados que estuviéramos
las olas las veíamos claramente. Nos encontrábamos en Pit Stops, una derecha de
un metrito muy juguetona perfecta para aéreos. Todos fuimos al agua sin
pensárnoslo dos veces. Estuvimos bastante tiempo solos hasta que vino otro
barco, entonces aprovechamos para salir a comer la excelente comida que nos
preparaba nuestro chef Edu y seguir conociendo las olas de la zona. Surfeamos la
izquierda de E Bay y nos dirigimos a Playground.
Pasamos
varios días surfeando por este parque temático de olas llamado Playground hasta
que el mar pegó un subidón inesperado. Entonces nos dirigimos a No Kandui, una
rápida izquierda súper hueca. No dábamos crédito con lo que nuestros ojos
estaban viendo. Era tubo tras tubo, los sifones también estaban a la orden del
día. Me sorprendió mucho la soltura de Marcos en este tipo de olas, pillando la
bomba del baño. Todos estamos flipando con las olas. Poco a poco nos íbamos
creciendo más, estábamos metiéndonos cada vez más a dentro en los tubos y la
motivación iba en aumento. Eran posiblemente las mejores olas que habíamos
surfeado nunca. Hasta que uno de mis gritos ya no fue de alegría por salir de
un buen barrel si no de dolor. Se me había salido el hombro de nuevo. No me lo
podía creer. Fue pasar de uno de los mejores momentos de mi vida a uno de los
más tristes. Más que por el dolor en sí, porque sabía que mi viaje a Mentas se
había acabado en ese momento. No hacía más que pensar en eso mientras pedía
ayuda a Guille que fue quien aviso a una moto de agua que había por allí que
acudió en mi ayuda pues yo no podía remar y me estaba acercando peligrosamente
al coral. La cosa fue de mal en peor. La moto volcó y yo me vi arrastrado hacia
una zona que no cubría más de mis rodillas. Si hubiese entrado alguna serie
gorda en ese momento no se que hubiese pasado. Decidí soltar mi tabla nueva y
empezar a correr por el coral hacia la última sección, me acuerdo que pasé
algunas olas por debajo agarrándome al coral con el brazo que aun podía mover.
Fue un instante de mucha tensión. Por fin estaba cerca del canal y el de la
moto me intentó subir pero yo no era capaz, la moto no tenía jet sky y yo
necesitaba las dos manos para ayudarme. Como pude me agarré y la moto arrancó
desplazándome un par de metros, lo suficiente para estar más tranquilos en el
canal y conseguir subirme. Me preguntó de que barco era y me llevo hasta él. La
gente estaba flipando con la movida y yo más con el dolor de haberlo movido
tanto.
El
primero en intentar ponerme el hombro en su sitio fue el Negro, luego lo
intentó el capitán que pese a la amaneradas maneras a las que nos tenía
acostumbrados demostró tener unos altos delirios de locura pues me tiró del
brazo jodido cuando nadie se los esperaba, agitándolo cual niño que salta a la
comba. Casi me desmayo del dolor.
Como
nadie conseguía acabar con mi desdicha, emprendimos camino hacia el hospital de
Telescopes, si es que se le puede llamar así. Me pasó de todo por la cabeza
durante las casi 4 horas de viaje hasta esta isla. Si ya me parecía poco
probable que hubiera alguien en Sumatra que hubiese estudiado una carrera menos
me agradaba la idea de ponerme en las manos de un “médico” en esa remota isla
de Mentawai.
Después
de un largo viaje en barco y casi una hora a bordo del dingui, por fin estaba
en tierra firme pensando que el sufrimiento se había acabado, pero muy
equivocado estaba, la mierda no había hecho más que empezar.
Es
curioso como en Indonesia piensan que todo se cura con un masaje. Ya tengas
fiebre, te hallas roto un brazo o te halla picado una serpiente, siempre van a
intentar aplicarte la del masaje. Guille, el Negro y yo no dábamos crédito.
Después
de hacerles ver que lo único que queríamos era que me viese un médico nos
dijeron que el único hospital estaba un poco lejos del puerto, que teníamos que
alquilar una moto. A todo esto hacía un calor increíble, había más insectos que
nunca y se había formado un gran círculo a mi alrededor cual atracción de
feria. Nadie del pueblo quería perderse el espectáculo. La gente se acercaba,
me tocaba el hombro con un dedo y me decían “tidak bagus” (no bueno) y se
alejaba con cara de asombro. Por fin nos decidimos por coger el “autobús” (si
es que se le puede llamar así a una camioneta con dos filas de asientos atrás
de las cuales una se rompió al sentarnos costándome casi el otro hombro). El
asfalto parece ser que aun había llegado hace poco a la isla, por lo que el
largo trayecto discurrió por estrechas carreteras semi asfaltadas donde las
motos te adelantaban jugándose la vida y donde de vez en cuando había algún que
otro bache capaz de pincharnos las cuatro ruedas de aquel peculiar vehículo.
Durante todo el viaje, la gente que nos cruzábamos no paraba de saludar al
conductor y su joven copiloto con ciertas tendencias amaneradas hacia mi buen
amigo Guillermo. Éramos la anécdota. Ya tenían algo que contar durante la
semana.
Por
fin conseguimos llegar verdaderamente al hospital, todo el sufrimiento iba a
llegar a su fin, o eso pensaba yo hasta que el único médico allí presente me
tocó la muñeca (pese a que se veía claramente que el hombro era lo único que no
estaba en su sitio), puso cara de circunstancia y me dijo que me tenían que
evacuar a Padang para poder extirparme el hueso correctamente allí. Una locura
vamos. Pero qué te puedes esperar de un hospital donde las enfermeras te
preguntan de qué religión eres antes de operarte.
Como
no aguantaba más de dolor ni quería vivir más aventuras por la selva con mi
brazo colgando, decidí que fueran mis amigos los que me pusieran el hombro en
su sitio. Pedí anestesia a las enfermeras y me tumbé en la camilla. El
espectáculo iba a comenzar de nuevo. Mientras el Negro me sujetaba por el
sobaco, Guille agitaba mi brazo como si le fuera la vida en ello. Los músculos
bailaban al tiempo que iban empujando el hueso. Después de un buen rato de
acción mi cuerpo al fin cedió y el hombro volvió a su sitio. Fue el mayor
alivio que sentí en años. Todo había acabado verdaderamente.
Una
vez en el barco las cosas volvieron a la normalidad. Todos estábamos más
tranquilos y la gente solo pensaba de nuevo en surfear, todos menos yo pues ya
sabía que me quedaban bastantes días de reposo ya que cada vez que se te sale el
hombro es más fácil que vuelva a suceder. Es más, dudaba mucho que volviera a
surfear en todo el viaje.
Ese
día pasamos la noche en Telescopes y partimos hacia Lance´s left al amanecer.
Había muy buenas olas pero yo solo podía verlas desde el barco. Mi ordenador
lleno de pelis americanas absurdas, algún libro que otro más absurdo aún y
frías bintangs fueron mis compañeras de fatiga. Los días iban pasando
tranquilitos salvo aquella vez que vimos un tiburón o algo parecido cerca de
Alfredo. Ese si que corrió por el coral cuales 100 metros lisos de las
mismísimas olimpiadas.
Pero
el destino quiso jugarme otra mala pasada mostrándome un Macaronis perfecto y
sin nadie. No pude aguantar la tentación y me metí al agua. No habían pasado ni
tres días. Pillé un par de olas buenas pero como no, el hombro volvió a ceder
en cuanto remé una ola con demasiadas ganas. Otra vez comenzaba la agonía. Entre
todos me subieron al dingui de nuevo y mientras nos dirigíamos a un hotel
cercano donde según nos habían dicho estaban unos médicos ingleses, Guille con
todo el cariño del mundo me decía que no tenía que haberme tirado al agua pues
mis ligamentos aun estaban débiles. “Pero ya sabes amigo mío- le contesté- que el
dolor es temporal pero el orgullo es para siempre”, mítica frase de un pro de
motocross que me habían dicho un par de semanas antes en Bali.
Con
el hombro más que jodido pero en su sitio los días fueron pasando hasta que
tocó volver a casa. En general, este viaje fue una experiencia muy positiva
para mí. No solo por el surfing si no también a nivel personal. Al no estar
pillando olas todo el día pude bajar más a tierra y ver que la realidad es bien
distinta según en que parte del mundo te encuentres. Pese a no tener nada en
cuanto a lo económico se refiere, la gente de Indonesia nunca deja de sonreír.
Te saludan con cariño cada vez que te cruzas con ellos por cualquiera de sus
calles sin asfaltar. Desprenden una muy buena onda que no había visto nunca
hasta el momento. Espero volver pronto pero esta vez con los hombros ya al cien
por cien. Terikasih untuk semua di Mentawai! (gracias por todo Mentawai!).
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